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Monday, January 31, 2011

Tormenta de placer en las serranías



La columna de Litvinoff hablaba irónicamente del "hermoso verano" que los turistas disfrutan en Carlos Paz. Aquí lo que se me ocurrió para ilustrar esta nota:

¡Ah! ¡Qué lindas que son las vacaciones! Siempre es un placer arrancar el auto y partir hacia las sierras para disfrutar de la naturaleza y el aire puro

¡Ah! ¡Qué lindas que son las vacaciones! Siempre es un placer arrancar el auto y partir hacia las sierras para disfrutar de la naturaleza y el aire puro. ¿Cuál es el problema de tardar 25 minutos para pasar por El Tropezón, si el día recién empieza? ¿Quién puede incomodarse por tardar otros 10 minutos para pasar por la casilla de peaje, si nadie nos apura?
Está bien: tardamos media hora para atravesar la avenida de ingreso a Carlos Paz, pero... ¿acaso no estamos paseando?
No hay ningún espacio para estacionar en el centro de la Villa: mejor, eso nos permite conocer misteriosas calles interiores que nunca habíamos recorrido.
Desde donde dejamos el auto, caminamos ocho autóctonas cuadras para llegar al centro. Menos mal, así ejercitamos un poco los músculos.
Es la hora del almuerzo y en todos los restaurantes hay espera de 45 minutos para conseguir mesa. Por suerte, en ese lapso uno puede conocer en la cola a gente de otras provincias (Buenos Aires, Santa Fe, Chaco) y absorber otras culturas.
OK: cuando nos traen los ravioles, llegan fríos y la cerveza un poquito caliente, pero en el fondo hay que pensar la suerte que tuvimos en encontrar lugar. Además, mejor que no tomemos cerveza, si a la noche habrá que manejar para volver.
A la siesta, vamos hacia el Fantasio, a disfrutar del río. Lástima que no cabe un nanomicrón, que el humo de los asados no deja ver nada y que el río está tan repleto de visitantes que sólo se puede estar parado. No deja de ser una buena noticia que la rueda de la economía se mueva: la gente compra carne, después los remedios para el colesterol y al final los honorarios del cardiólogo para que remueva las nuevas obstrucciones arteriales. Tampoco es malo que no haya lugar en el río, así se contamina menos.
Mejor enfilar para el San Roque. Allí no se puede bañar, ni navegar ni hacer deportes acuáticos, lo que otorga la posibilidad de ensimismarse en el pensamiento y admirar ese paisaje típico de algas, barro y bolsas de nailon.
El mate nos gratifica, en especial si no queremos volver a hacer cola para entrar a un bar en busca de café.
La tarde se va terminando y emprendemos el regreso. Va lento, pero aprovechamos para escuchar ese CD que teníamos olvidado. El CD se termina y vuelve a empezar. Varias veces.
El auto, recalentado por las 10 horas de pleno sol, no deja que tire bien el aire acondicionado. No importa: mejor abrir la ventanilla y respirar ese aire serrano tan nuestro.
No tan lejos se ven nubes negras. Parece que es granizo. Qué suerte, seguro que se llenan los diques.

¡Qué placer estar de vacaciones!

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